ERRORES

Me he comprado un horno nuevo, que asa de maravilla. En un santiamén te prepara lo mismo un buen pollo asado que una tarta de repostería, todo gracias a su seis funciones de cocción, incluido el baño maría. El tic-toc de su temporizador ameniza la espera como improvisada banda sonora, pero también apremia a la acción, al movimiento y a la decisión. Ha sido quizá lo que me ha llevado a escribir esta entrada sobre un tema del que vengo algunos días pensando. 

Vivimos una etapa de esas que se pueden catalogar como "históricas". Entiéndaseme, histórico por fuerza lo es todo, en tanto contenido acontecido en el continente del tiempo. Me refiero a "histórico" como único, como nunca antes visto, como producto de la evolución no del tiempo, sino de los tiempos. En la búsqueda del Bien y la Justicia hay personas  cegadas de resentimiento y de soberbia: resentimiento que se traduce en venganza; soberbia que se transforma en sometimiento. Es el ritmo de la vida. El hombre siempre busca, ante todo, el poder, el poder en todas sus formas posibles. Puede que por esa pulsión, o vaya usted a saber por qué, somos conscientes de que el poder se debe limitar y ordenar de modo que se evite el abuso de unos frente a otros: un requisito del que derivaron los sistemas políticos que, aún hoy, disfrutamos, y que son los que más prosperidad han traído debajo del brazo, empero no afecten al aspecto moral del hombre, o, quizá, gracias a eso. 

En cualquier caso, cuando creíamos que el hombre occidental estaba colmado, no reparamos en que estábamos inmersos en una crisis moral de gran repercusión que, estos días, escribe su más reciente capítulo. En estos días nos replanteamos todo, o una gran parte, de la Filosofía y la Historia sobre la que descansamos, sintiéndonos capaces de reparar a las víctimas de los errores morales que diferentes personajes históricos fueron cometiendo a lo largo de su vida. Aunque, a decir verdad, más que reparar a las verdaderas víctimas, aquellos que se levantan buscan que se les haga justicia a ellos, pues ellos son las víctimas de esa moral, en una transferencia espacio-temporal del derecho a la reparación nunca antes vista. Pero esa Justicia que persiguen no la van a encontrar porque a ellos, como individuos, no les han hecho nada y no existe acto alguno que les pueda saciar, una nueva versión de la maldición del rey Midas,  de lo que se deriva el deseo de cambiar la Historia, una Historia para la nueva normalidad. 

Sin embargo, ese cambio constituye una paradoja, dado que no provocará el cambio de la Historia, sino el de la percepción de las propias personas que quieren cambiarla, no aceptando su pasado y guardando una inquina hacia ellas mismas que se verán incapaces de borrar. Porque, si no cargamos con nuestro pasado, si lo que practicamos es el sesgo de juzgar a nuestros antepasados con las normas morales de hoy en día; si somos tan soberbios como para creernos superiores y así poder jugar a jueces de la Historia (A nosotros, ¿quién y cómo nos juzgarán? ¡Ah!, ¿que cree que nosotros no pasaremos por el banquillo de los acusados?); si en definitiva, no somos adultos como para comprender que las personas no son buenas ni malas, mas una mezcla de ambas, entonces nos condenamos a la flagelación sostenida para purgar unos pecados que nunca cometimos, lo que nos lleva a la degradación como sociedad en tanto incapaces de encontrar la solución, porque el hombre seguirá cometiendo los mismos delitos y faltas que viene realizando desde su aparición en este planeta.

¿La solución a todo esto? El perdón, capaz de desarmar por completo al resentimiento y a la soberbia, como el agua apacigua al fuego. El perdón es hermano del poder: ambos son deseados para uno mismo, pero se venden caros a los demás. Y, no obstante, con el perdón podríamos llegar a disfrutar de lo bueno que cada hombre haya dejado en su legado, más allá de si en algún momento ha podido cometer un error. ¿Quién no lo hace? ¿Los que se manifiestan? ¿Usted? ¿Yo? Todos, como humanos, erramos, hacemos daño, humillamos, insultamos... conscientes o no, errare humanum est. Si cada uno hiciese una introspección honesta, perdonar sería más sencillo, pues nos igualaría con nuestros semejantes y nos ayudaría a aproximarnos unos con otros.

Pero, ¡qué complicado es perdonar! Nadie nunca quiso ser el primero en hacerlo, culpa de esa voz interior que te recrimina ese acto de piedad, pues tú tenías razón, siempre la has tenido, eres perfecto e inmaculado y no como esos, míralos, tan ufanos, ¿qué pensarán? Se creen que pueden reírse de mí... ¡Qué complicado es perdonar, a pesar del anhelo constante de perdón que sentimos! El poder corrompe al hombre con más facilidad, bañándolo en las aguas de la soberbia en mitad de cantos de sirena que le autoconvence de lo que nunca fue, no es y nunca será.

¡TIN! Suena la campana de mi querido electrodoméstico, que lo mismo te ayuda a cocinar alimentos como te persuade a cocer pensamientos. Un aderezo de sal, un toque de pimienta, y unas gotas de perdón. 

Disfrute del plato.

Jesús Raya

Comentarios

  1. Interesante artículo, D. Jesús. La primera lección de mi profesor de Historia trataba sobre un tema que nos iba repitiendo a lo largo del curso: el “relativismo histórico”, que era el estado mental con el que debíamos estudiar la Historia, pues —nos decía— juzgar los hechos y personajes de tiempos pretéritos usando los esquemas morales o sociales o morales de nuestro tiempo es un error. El borrado del pasado ha sido una constante desde l la Antigüedad, ya fuera por razones políticas, religiosas o de mera conveniencia. Así tenemos los faraones que borraron los cartouches que tenían inscrito el nombre de otro faraón anterior, el derribo de estatuas de algunos emperadores romanos ordenada por sus sucesores y ya en nuestros tiempos la destrucción de los budas de Bamiyan por los talibanes o la retirada de simbología franquista en nuestro país. El pasado que resulta incómodo debería no haber existido, pero como en realidad sí existió, entonces hay que hacer como si nunca hubiese existido. No obstante, la furia iconoclasta de estos días a mi parecer tiene poco que ver con el racismo, sino que este ha sido una mera excusa para desencadenar aquella. En el fondo, lo que late es, el espíritu gregario del ser humano, que le lleva a confundirse con la masa y a actuar como ella, en combinación esa pulsión de destrucción (Todestrieb la llamaba Freud), común tanto a la soldadesca saqueadora y violadora de todas las épocas, a los “cristianos” medievales que arrasaban las aljamas con terribles pogromos y las turbas que gritaban celebrando las cabezas que rodaban recién guillotinadas. Homo homini lupus. Afortunadamente, esta vez las personas se han asesinado solo de forma simbólica. Como usted dice, la única redención posible es el perdón, a fin de cuentas, el amor. Le felicito, D. Jesús, por ser capaz de hacer una reflexión tan interesante a partir del simple ruido del temporizador de su horno. Un saludo.

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